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Juana y los poshumanos o el sexo del ángel
SINOPSIS
Fabrice Hadjadj traslada al lector a la ‘Democracia Mundial’, un régimen distópico fundamentado en el rechazo de la carne y la exaltación del espíritu. Las diferencias de los sexos ya son sólo aparentes, las relaciones humanas no se dan sino en el ámbito de lo virtual y el coito ha sido abolido, sustituido por un programa tecnológico que conecta a miles de personas y que permite explorar el universo entero del goce.
En esta obra de teatro, que es un retrato de la dictadura entre gnóstica y eugenésica que está por venir, el lector español se encontrará con un Hadjadj sublimado. En cada frase, en cada párrafo, en cada página, en cada acto, ese estilo fresco y ágil tan característico en él aparece entreverado de una causticidad más lírica que de costumbre. Lo exige, quizá, el género literario elegido: Hadjadj no expone aquí su filosofía abiertamente, sino a través del drama de unos personajes tiranizados por un sistema que se cimienta sobre la negación de la naturaleza humana.
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¿Qué es la verdad?
SINOPSIS
Fabrice Hadjadj, conocidísimo filósofo católico, y su tocayo Fabrice Midal, pensador budista, nos regalan un libro que bien merece la pena. No porque nos vaya a dar la respuesta al interrogante que ha conturbado al hombre de todas las épocas, tampoco porque nos vaya a brindar el conocimiento necesario para deslumbrar a nuestros amigos. Más bien, porque es un indicio en el sentido estricto de la palabra. Hadjadj y Midal no responden, sino que apuntan; nos sugieren aquí dónde buscar la verdad o, mejor, dónde puede salir ella a nuestro encuentro: en la contemplación de un paisaje hermoso, en la recitación de un poema, en el abrazo de una madre o en una conversación en torno a la chimenea, por ejemplo.
«Este es un libro que cumple su palabra. Para responder a la pregunta sobre la verdad no se queda en el “qué”, que vale para iniciar el debate. No se habla tanto de la verdad como se la escucha y se avanza, mano a mano, hacia un Quién que devuelve su pregunta a cada uno».
Del prólogo de Enrique García-Máiquez