Léon Bloy

Léon Bloy

Léon Bloy

Léon Bloy (Périgord, 1846-Bourg-la-Reine, 1917) fue un escritor francés católico caracterizado por su temperamento iracundo y sus comentarios incisivos. En 1864 se instaló en París, donde desarrolló una vida bohemia. Tras una juventud agnóstica dejó atrás su repulsión del cristianismo. Firme en sus convicciones, criticó de manera acérrima las clases privilegiadas de su tiempo y a los autores del escepticismo. Sus escritos siempre fueron polémicos debido a la manera en que defendió su catolicismo y su visión política antirrepublicana. Cultivó la novela (El desesperado, 1886; La mujer pobre, 1897), el ensayo (Exégesis de los lugares comunes, 1902) y los relatos fantásticos (Sudor de sangre, 1893; Historias desagradables). Los ocho volúmenes de Mi diario (1895-1917) son prueba fehaciente de su elevado misticismo y de su gran sensibilidad. El legado de Léon Bloy es controvertido: solo aquellos que lograron superar la barrera de su dureza de trato, odioso e ingrato, disfrutaron del calor de alma ardiente del temible, pero sensible, escritor.

LA QUE LLORA

En las páginas de La que llora, el afamado escritor católico Léon Bloy reflexiona sobre una de las apariciones marianas más enigmáticas y desconocidas de la historia de la Iglesia: la que tuvo lugar, ante dos humildísimos pastorcillos, a mediados del siglo XIX en la población alpina de La Salette.

«Para Bloy, el discurso de La Salette es “el suspiro más doloroso escuchado desde el Consummatum”; y su olvido por parte de los hombres de su generación, una prueba incontestable de que la Humanidad se ha internado en las tinieblas del Viernes Santo, donde “la realidad aparente es el fracaso de Dios en la tierra, la inutilidad de la Redención”.  ¿De qué le ha valido a Dios –se pregunta nuestro autor—morir de forma tan espeluznante para encontrarse, diecinueve siglos después, con “los demonios del catolicismo actual”? Léon Bloy arremete contra los católicos ñoños que demandan a la Virgen palabras dulces y no pueden soportar que su boca profiera amenazas tan rotundas como las que se escucharon en La Salette. “Hoy es el tiempo —escribe, mojando su pluma en la sangre profética que manaba de su corazón— de los demonios tibios y pálidos, el tiempo de los cristianos sin fe, de los cristianos afables”. Y esta sentimentalidad devota, a su juicio, está desvirtuando la propia fe, que quiere una Reina del cielo “coronada de rosas, pero no de espinas”; que exige que la hiel y el vinagre del Calvario sean edulcorados para poder digerirlos; que, en fin, no quiere escuchar el mensaje escatológico de La Salette porque no soporta enfrentarse a tribulaciones sin cuento, antes de merecer la dicha de la Segunda Venida de Cristo. Una sentimentalidad devota que tal vez prefiera olvidar esa Segunda Venida, con tal de evitarse las tribulaciones que la precederán. ¿No está Léon Bloy, en realidad, anticipando las delicuescencias de cierto catolicismo contemporáneo?»

Del prólogo de Juan Manuel de Prada

Léon Bloy